{KangMin} Malas compañias {Prologo}
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{KangMin} Malas compañias {Prologo}
Autora: Rexie
Título: Malas compañías
Fandom: Super Junior
Personajes/Pairing: KangInXSungMin
Clasificación: NC-17
Género: AU, Romance, hurt.
Advertencia: Lemon; Muerte de un personaje; OCs.
Título: Malas compañías
Fandom: Super Junior
Personajes/Pairing: KangInXSungMin
Clasificación: NC-17
Género: AU, Romance, hurt.
Advertencia: Lemon; Muerte de un personaje; OCs.
Resumen: Dime con quién andas y te diré… que la inocencia es un cuento de hadas en el que ya nadie cree.
Disclaimer: No estoy asociada con la SM, en realidad no conozco a ningún miembro de Super Junior, sus nombres y personalidades solo son usados por mí para fines de recreación y no de lucro.
N/A: Ya perdí la cuenta del tiempo que esta historia tiene esperando, es lo malo de escribir a ratos, no siempre las ideas se quedan frescas en tu mente y por ello ha tenido tantos emborrones y modificaciones que, bueno, ya ni siquiera yo sé cuál era su propósito inicial. Alguna vez ya intente publicarla, desgraciadamente tuve problemas personales y fue borrada del foro.
No espero que se queden, ni que amen la historia, de hecho espero todo lo contrario.
Disclaimer: No estoy asociada con la SM, en realidad no conozco a ningún miembro de Super Junior, sus nombres y personalidades solo son usados por mí para fines de recreación y no de lucro.
N/A: Ya perdí la cuenta del tiempo que esta historia tiene esperando, es lo malo de escribir a ratos, no siempre las ideas se quedan frescas en tu mente y por ello ha tenido tantos emborrones y modificaciones que, bueno, ya ni siquiera yo sé cuál era su propósito inicial. Alguna vez ya intente publicarla, desgraciadamente tuve problemas personales y fue borrada del foro.
No espero que se queden, ni que amen la historia, de hecho espero todo lo contrario.
~Prólogo~
El hombre suspiró larga y silenciosamente, estaba demasiado agotado, pero eso no significaba que fuera tan estúpido como para despertar el tranquilo sueño de su bebé. Lo había aprendido en las primeras semanas de su soledad; que si hacía demasiado ruido y lo despertaba ninguno de los dos pegaría el ojo nuevamente hasta el amanecer. Esa noche en particular no estaba para desvelos; en realidad solo quería quedarse ahí, junto a la camita que ya le estaba quedando bastante pequeña a su hijo, y mirarlo hasta que el sueño lo hiciera colgar la cabeza y babear un poco.
De todas formas, no podía dormir y por eso estaba ahí, en la habitación de su bebé. Bueno, ya no era un bebé eso era cierto, pero para él lo era y lo seguiría siendo, pensó, porque era la única cosa que su esposa, la mujer que más había amado en este mundo había dejado para él.
Ese día se cumplían seis meses desde que la habían perdido. A esa mujer tan hermosa como una sirena a la que ya jamás a volvería a ver. Él era demasiado estúpido y lo sabía, nunca la mereció y eso también lo sabía de sobra, pero ¿qué haría sin ella, sin los sueños que habían compartido, o sus consejos, sin sus besos, sin sus risas? ¿Qué haría para criar a un hijo él solo de ahora en adelante? Cuando su SungMin tuviera su primer día en la escuela o su primera riña, o cuando le preguntara qué hacer para conquistar a una chica ¡¿Cómo diablos iba a superarlo?! ¡¿Cómo, Dios, cómo?! Si a duras penas había pasado esos meses, cada vez que el pequeño preguntaba dónde estaba su madre, le contestaba con la voz ronca, el cuerpo tenso y los ojos ardiéndole un simple “se fue de viaje, bebé… se ha ido de viaje”.
A veces se daba el lujo de pensar que no le mentía, si estaba en un viaje, en lo más profundo del mar, junto con los peces y los tiburones. Y jamás iba a volver, esa era la diferencia.
Y era toda su culpa por no haberle prohibido subirse a ese barco, y era más su culpa por haber hecho tantas putadas en su vida… en su matrimonio.
Miró una vez más el sereno rostro de aquella criatura tan frágil, de su maravilloso hijo y sintió más ganas de llorar. Se aferró a la cama y deseó con todo su corazón poder pedirle perdón a ese bebé, porque a ella, a su esposa ya jamás podría hacerlo, y no por todo lo que hizo, sino por lo que estaba a punto de hacer. Pero no podía soportarlo, la soledad, la idiotez, la desesperación, ¿qué otra opción tenía?
Precisamente aquella tarde descubrió que estaba acorralado.
Con dedos temblorosos rozó un suave y rebelde mechón de pelo negro que se había escapado de la mata sobre esa redonda cabecita. Y apretando los párpados volvió a rogarle perdón a su hijo antes de salir de su habitación y cerrar la puerta delicadamente.
El silencio en el resto de la casa podía cortarse con un cuchillo, pero no importaba. No importaba si estaba en una película de horror en realidad, porque de hecho lo verdaderamente horrible no había ni empezado.
El teléfono sonó con rabia desde su habitación, afirmándole que en efecto la bola de nieve apenas se había puesto en movimiento. Corrió a contestar no por las ganas que tuviera de escuchar las nuevas y malas noticias, sino por el temor de que su SungMinnie se despertara.
—Hola querido—saludó una melosa voz del otro lado—, solo quería que supieras que ya tengo todo listo, mañana a primera hora estaré ahí con los niños.
Él no respondió, más bien gruñó en el auricular y colgó al mismo tiempo que se derrumbaba en su vieja cama matrimonial. Con los brazos colgando entre las piernas y la espalda encovada se preguntó, tantas veces que la cabeza la zumbó, cómo había hecho semejante estupidez. No una sino tres veces, y cómo era que jamás se había enterado.
Aún no la conocías. Quiso mentirse. Aún no eran esposos, no la engañaste. Añadió la voz en su cabeza aunque ésta era más idiota que él, porque en efecto le había mentido.
¡Tres hijos!
Tres hijos con otra mujer, una mujer que se había presentado aquella tarde en el local de su repostería exigiendo que se hiciera cargo de todo.
Tres hijos…. ¡Santo Dios! Tres hijos además de su SungMinnie y de los que hasta ese día, cuando el pastel que había estado sosteniendo cayó de sus manos haciendo un desastre en su pulcro piso, no sabía ni una puta cosa, ni siquiera su existencia.
Tres hijos de esa mujer con sonrisa gigante y triunfadora que había conocido hacía mucho en Seúl, cuando aún era un estudiante de repostería y sus amigos lo convencían de callejonear para conseguir una cita. Ella siempre había estado dispuesta para él, tantas veces, tanto tiempo y como él lo quisiera. Finalmente entendía porqué. Y aún así e impresionantemente, estaba a punto de dejarla entrar en su casa, pero eso no era lo que de verdad lo asustaba, si no, porqué ahora, después de doce años ella venía a decir la verdad.
Se tiró de espaldas al colchón y volvió a suspirar. El espacio de su única esposa seguía igual que la mañana en la que ella subió al barco. Con las cobijas y la almohada perfectamente acomodadas, a veces cuando las noches eran demasiado largas y odiosas las tomaba entre sus manos apretándolas fuerte, como lo haría si fuera el pequeño cuerpo de ella; y se mentía queriendo creer que aún quedaba un poco del fresco olor de su shampoo de frutillas. Pasó sus dedos por encima de la superficie, con el pecho doliéndole como si un puño se hubiese estrellado ahí, porque sabía que estaba profanando su lugar trayendo a una mujer que jamás iba a poder llenarlo, ni con su cuerpo, ni con su aroma, ni con sus sueños. ¡Nunca! Y sin embargo él iba a dejarla intentarlo, porque tenía miedo de criar un hijo solo, porque tenía otros hijos en los cuales pensar a partir de ahora y porque, ¿a quién engañaba? Él era un estúpido que nunca supo como decir que no ni hacer las cosas por sí solo.
Solo, esperaba que su SungMinnie lo entendiera algún día, o por lo menos lo intentara; su padre era idiota, era la única explicación para todo.
En ese momento estiró la mano y apagó la lámpara que iluminaba la habitación.
¡SungMinnie!
Aunque tuviese veinte hijos más él seguiría siendo su favorito.
De todas formas, no podía dormir y por eso estaba ahí, en la habitación de su bebé. Bueno, ya no era un bebé eso era cierto, pero para él lo era y lo seguiría siendo, pensó, porque era la única cosa que su esposa, la mujer que más había amado en este mundo había dejado para él.
Ese día se cumplían seis meses desde que la habían perdido. A esa mujer tan hermosa como una sirena a la que ya jamás a volvería a ver. Él era demasiado estúpido y lo sabía, nunca la mereció y eso también lo sabía de sobra, pero ¿qué haría sin ella, sin los sueños que habían compartido, o sus consejos, sin sus besos, sin sus risas? ¿Qué haría para criar a un hijo él solo de ahora en adelante? Cuando su SungMin tuviera su primer día en la escuela o su primera riña, o cuando le preguntara qué hacer para conquistar a una chica ¡¿Cómo diablos iba a superarlo?! ¡¿Cómo, Dios, cómo?! Si a duras penas había pasado esos meses, cada vez que el pequeño preguntaba dónde estaba su madre, le contestaba con la voz ronca, el cuerpo tenso y los ojos ardiéndole un simple “se fue de viaje, bebé… se ha ido de viaje”.
A veces se daba el lujo de pensar que no le mentía, si estaba en un viaje, en lo más profundo del mar, junto con los peces y los tiburones. Y jamás iba a volver, esa era la diferencia.
Y era toda su culpa por no haberle prohibido subirse a ese barco, y era más su culpa por haber hecho tantas putadas en su vida… en su matrimonio.
Miró una vez más el sereno rostro de aquella criatura tan frágil, de su maravilloso hijo y sintió más ganas de llorar. Se aferró a la cama y deseó con todo su corazón poder pedirle perdón a ese bebé, porque a ella, a su esposa ya jamás podría hacerlo, y no por todo lo que hizo, sino por lo que estaba a punto de hacer. Pero no podía soportarlo, la soledad, la idiotez, la desesperación, ¿qué otra opción tenía?
Precisamente aquella tarde descubrió que estaba acorralado.
Con dedos temblorosos rozó un suave y rebelde mechón de pelo negro que se había escapado de la mata sobre esa redonda cabecita. Y apretando los párpados volvió a rogarle perdón a su hijo antes de salir de su habitación y cerrar la puerta delicadamente.
El silencio en el resto de la casa podía cortarse con un cuchillo, pero no importaba. No importaba si estaba en una película de horror en realidad, porque de hecho lo verdaderamente horrible no había ni empezado.
El teléfono sonó con rabia desde su habitación, afirmándole que en efecto la bola de nieve apenas se había puesto en movimiento. Corrió a contestar no por las ganas que tuviera de escuchar las nuevas y malas noticias, sino por el temor de que su SungMinnie se despertara.
—Hola querido—saludó una melosa voz del otro lado—, solo quería que supieras que ya tengo todo listo, mañana a primera hora estaré ahí con los niños.
Él no respondió, más bien gruñó en el auricular y colgó al mismo tiempo que se derrumbaba en su vieja cama matrimonial. Con los brazos colgando entre las piernas y la espalda encovada se preguntó, tantas veces que la cabeza la zumbó, cómo había hecho semejante estupidez. No una sino tres veces, y cómo era que jamás se había enterado.
Aún no la conocías. Quiso mentirse. Aún no eran esposos, no la engañaste. Añadió la voz en su cabeza aunque ésta era más idiota que él, porque en efecto le había mentido.
¡Tres hijos!
Tres hijos con otra mujer, una mujer que se había presentado aquella tarde en el local de su repostería exigiendo que se hiciera cargo de todo.
Tres hijos…. ¡Santo Dios! Tres hijos además de su SungMinnie y de los que hasta ese día, cuando el pastel que había estado sosteniendo cayó de sus manos haciendo un desastre en su pulcro piso, no sabía ni una puta cosa, ni siquiera su existencia.
Tres hijos de esa mujer con sonrisa gigante y triunfadora que había conocido hacía mucho en Seúl, cuando aún era un estudiante de repostería y sus amigos lo convencían de callejonear para conseguir una cita. Ella siempre había estado dispuesta para él, tantas veces, tanto tiempo y como él lo quisiera. Finalmente entendía porqué. Y aún así e impresionantemente, estaba a punto de dejarla entrar en su casa, pero eso no era lo que de verdad lo asustaba, si no, porqué ahora, después de doce años ella venía a decir la verdad.
Se tiró de espaldas al colchón y volvió a suspirar. El espacio de su única esposa seguía igual que la mañana en la que ella subió al barco. Con las cobijas y la almohada perfectamente acomodadas, a veces cuando las noches eran demasiado largas y odiosas las tomaba entre sus manos apretándolas fuerte, como lo haría si fuera el pequeño cuerpo de ella; y se mentía queriendo creer que aún quedaba un poco del fresco olor de su shampoo de frutillas. Pasó sus dedos por encima de la superficie, con el pecho doliéndole como si un puño se hubiese estrellado ahí, porque sabía que estaba profanando su lugar trayendo a una mujer que jamás iba a poder llenarlo, ni con su cuerpo, ni con su aroma, ni con sus sueños. ¡Nunca! Y sin embargo él iba a dejarla intentarlo, porque tenía miedo de criar un hijo solo, porque tenía otros hijos en los cuales pensar a partir de ahora y porque, ¿a quién engañaba? Él era un estúpido que nunca supo como decir que no ni hacer las cosas por sí solo.
Solo, esperaba que su SungMinnie lo entendiera algún día, o por lo menos lo intentara; su padre era idiota, era la única explicación para todo.
En ese momento estiró la mano y apagó la lámpara que iluminaba la habitación.
¡SungMinnie!
Aunque tuviese veinte hijos más él seguiría siendo su favorito.
~*~
En el viejo barrio, allá en Ilsan, había pocas ocasiones para ver casas bonitas, sobre todo porque todas estaban en partes de la localidad donde ellos ni de broma podían ir, o asomar la nariz si quiera. Niños como ellos no eran queridos en sitios agradables y lujosos como esos. Por eso le sorprendía aún más estar ahí, delante de una preciosa casa pintada de rosa que más bien parecía sacada de algún cuento, como la tonta de Cenicienta o algo parecido, solo que, bueno, esta era mucho más bonita.
Jung DongHo echó la cabeza hacia arriba y miró el techo con sus adoquines blancos, las ventanas grandes de las que uno podía asomarse y pasar el día con la mitad del cuerpo colgando desde ahí, y el enorme enramado de flores lilas que cubría toda una pared de la casa, como una cascada verde. No tardó mucho en imaginarse a él y a sus dos hermanos menores colgándose como chimpancés de ella, sin embargo así como la idea llegó, sacudiendo la cabeza, la esfumó para volver a la realidad.
Su madre les había dicho desde la noche antes de salir de Ilsan, con una sonrisa casi demente en sus labios, que de ahora en adelante tendrían una vida deliciosa, llena de cosas caras y bonitas que por derecho eran suyas y que de alguna mala forma les habían sido privadas todos esos años.
DongHo torció la boca, había escuchado la historia de su madre y su padre muchas veces, cada una con diferentes versiones; lo que no cambiaba era que algún día ellos lo buscarían y el hombre tendría que hacerse cargo. Él ya tenía la edad suficiente –y sabía cómo se manejaba su madre- como para hacerse una idea de que iba la cosa. Sus doce años eran prueba de eso.
A su lado sus hermanos se removían ansiosos, como cachorros que anhelaban les suelten las correas para salir a explorar. Y no era para menos, el jardín era tan grande como un parque, bueno, no tan grande pero no importaba mucho, para ellos se veía gigante, con tierra mojada y pasto por doquier. No había más casas en las cercanías, DongHo incluso pudo calcular a través del recorrido desde la posada del centro hasta allá, que la siguiente casa estaba por lo menos a medio kilómetro. Él era bueno con las distancias, se aprende mucho cuando sales solo a las calles y debes ser un hyung muy bueno.
En aquel momento su madre soltó un sonoro suspiro de satisfacción. Tenía le pecho inflado y los ojos más abiertos y brillantes que de costumbre, parecía un pavorreal con las plumas de la cola extendidas, pensó. Él no quiso prestarle mucha atención, se concentró en aferrar más las manitas de los niños, por el temor de que si los soltaba y ellos echaban a correr seguro su madre se pondría igual de furiosa que un monstruo, como cada vez que ellos la avergonzaban.
—¡¿No es hermosa?! —Preguntó pues la mujer aspirando con ganas el aire campestre.
TaeJoon y HyungSoo asintieron con gritos eufóricos y se sacudieron como las bestezuelas que eran.
Su madre se giró para mirarlos con ojos violentos y una amenaza más que implícita. Los dos pequeños se calmaron al instante y miraron a otro lado no dándose por aludidos, pero era demasiado tarde. Jung MaRi les dio un coscorrón a cada uno, incluso a DongHo a pesar de no haber hecho nada malo, esta vez.
—¡Les advierto que tienen que comportarse! He esperado… hemos esperado—se corrigió rápidamente—mucho por este día. Tenemos muy buena suerte de que esa mujer se haya muerto antes de decidiera traerlos a que su padre los conozca, así todo será más fácil—añadió con regocijo, aunque ninguno de los tres sabía quién era la mujer que se había muerto y que tenía que ver con que al final estuvieran en la casa del padre que ella siempre les había prometido tener.
DongHo torció la boca pero no dijo nada, tampoco lo hicieron TaeJoon y HyungSoo, quienes a pesar del coscorrón parecían todavía muy emocionados.
La puerta principal se abrió en ese momento, y un hombre de mediana estatura salió lentamente. En sus manos cargaba un niño mucho más pequeño que HyungSoo con sus nueve años recién cumplidos. En realidad todavía era un bebé de chupón en comparación. Su madre no parecía sorprendida por su aparición, en realidad DongHo pensó que parecía más envalentonada que nunca, y siendo ella era decir demasiado, así que él tampoco se atrevió a sentirse dudoso o extrañado.
—¡Vamos, adentro los tres!—murmuró apremiante y emocionada.
Con su madre abriéndoles la marcha y cargando la única –y bastante ligera- maleta, los tres niños se pusieron en fila india como obedientes patitos. DongHo podía ver con cada paso que daba como la expresión del hombre se tornaba cada vez más preocupada, mientras que sus brazos rodeaban más fuerte al pequeño cuerpo entre ellos. El bebé hizo una mueca, pero no hizo ruido ni lloró, algo raro en los bebés que siempre de los siempres encontraban motivos para llorar. Tan solo hizo un puchero de labios salidos y frunció su naricilla de ratón.
—¡Hola!—saludó su madre con vehemencia y anhelo a partes iguales, casi parecía una de esas mujeres enamoradas que pasaban en los dramas, y DongHo tal vez lo hubiese creído si ella lo estuviese mirando a él y no la amplitud de la casa desde su privilegiada posición.
—Er, hola… A todos, hola—balbució el hombre dando un paso atrás.
DongHo no se sintió ofendido cuando en lugar de invitarlos a pasar, su ahora padre los inspeccionó de arriba abajo como si buscara un comparativo con él, o con el niño en sus brazos que por cierto no era nada parecido a como sus hermanos habían sido de bebés. Su piel era tan clara como la de un fantasma y sus ojos grandes y expresivos, su cuerpo redondito cubierto por un suéter amarillo que se veía bastante abrigador, su cabello era negro como la noche y sus labios eran lo más extraño que DongHo hubiese visto, rojos y con forma de un pequeño corazón. No era nada parecido a ellos tres, que tenían la piel broncínea y los ojos más alargados y menos abiertos, sus labios eran delgados y los tres eran bastante altos para su edad, en realidad se parecían bastante a su madre, que también era muy alta y delgada.
El bebé por su parte no pareció asustado con su presencia, y tampoco bajó la mirada cuando Jung MaRi puso los ojos en él por primera vez.
Su madre era bastante tonta para competir en un duelo de miradas con un mocoso, y para incredulidad de DongHo éste último no se rindió, aunque tampoco tuvo gran interés en ella, porque casi en seguido un bostezo salió de sus labios y encontró más interesante jalar el bigote de su padre que continuar peleando con la mujer, a la que sin embargo pareció haber despreciado descaradamente.
DongHo apreció que no fuera un nene chillón, pero seguro que era uno de esos odiosos berrinchudos y caprichosos como los que iban al parque a jugar y a los que ellos tres siempre terminaban espantando.
No pensó que muchos años después recordaría ese día y se reiría por lo equivocado que estaba.
Jung DongHo echó la cabeza hacia arriba y miró el techo con sus adoquines blancos, las ventanas grandes de las que uno podía asomarse y pasar el día con la mitad del cuerpo colgando desde ahí, y el enorme enramado de flores lilas que cubría toda una pared de la casa, como una cascada verde. No tardó mucho en imaginarse a él y a sus dos hermanos menores colgándose como chimpancés de ella, sin embargo así como la idea llegó, sacudiendo la cabeza, la esfumó para volver a la realidad.
Su madre les había dicho desde la noche antes de salir de Ilsan, con una sonrisa casi demente en sus labios, que de ahora en adelante tendrían una vida deliciosa, llena de cosas caras y bonitas que por derecho eran suyas y que de alguna mala forma les habían sido privadas todos esos años.
DongHo torció la boca, había escuchado la historia de su madre y su padre muchas veces, cada una con diferentes versiones; lo que no cambiaba era que algún día ellos lo buscarían y el hombre tendría que hacerse cargo. Él ya tenía la edad suficiente –y sabía cómo se manejaba su madre- como para hacerse una idea de que iba la cosa. Sus doce años eran prueba de eso.
A su lado sus hermanos se removían ansiosos, como cachorros que anhelaban les suelten las correas para salir a explorar. Y no era para menos, el jardín era tan grande como un parque, bueno, no tan grande pero no importaba mucho, para ellos se veía gigante, con tierra mojada y pasto por doquier. No había más casas en las cercanías, DongHo incluso pudo calcular a través del recorrido desde la posada del centro hasta allá, que la siguiente casa estaba por lo menos a medio kilómetro. Él era bueno con las distancias, se aprende mucho cuando sales solo a las calles y debes ser un hyung muy bueno.
En aquel momento su madre soltó un sonoro suspiro de satisfacción. Tenía le pecho inflado y los ojos más abiertos y brillantes que de costumbre, parecía un pavorreal con las plumas de la cola extendidas, pensó. Él no quiso prestarle mucha atención, se concentró en aferrar más las manitas de los niños, por el temor de que si los soltaba y ellos echaban a correr seguro su madre se pondría igual de furiosa que un monstruo, como cada vez que ellos la avergonzaban.
—¡¿No es hermosa?! —Preguntó pues la mujer aspirando con ganas el aire campestre.
TaeJoon y HyungSoo asintieron con gritos eufóricos y se sacudieron como las bestezuelas que eran.
Su madre se giró para mirarlos con ojos violentos y una amenaza más que implícita. Los dos pequeños se calmaron al instante y miraron a otro lado no dándose por aludidos, pero era demasiado tarde. Jung MaRi les dio un coscorrón a cada uno, incluso a DongHo a pesar de no haber hecho nada malo, esta vez.
—¡Les advierto que tienen que comportarse! He esperado… hemos esperado—se corrigió rápidamente—mucho por este día. Tenemos muy buena suerte de que esa mujer se haya muerto antes de decidiera traerlos a que su padre los conozca, así todo será más fácil—añadió con regocijo, aunque ninguno de los tres sabía quién era la mujer que se había muerto y que tenía que ver con que al final estuvieran en la casa del padre que ella siempre les había prometido tener.
DongHo torció la boca pero no dijo nada, tampoco lo hicieron TaeJoon y HyungSoo, quienes a pesar del coscorrón parecían todavía muy emocionados.
La puerta principal se abrió en ese momento, y un hombre de mediana estatura salió lentamente. En sus manos cargaba un niño mucho más pequeño que HyungSoo con sus nueve años recién cumplidos. En realidad todavía era un bebé de chupón en comparación. Su madre no parecía sorprendida por su aparición, en realidad DongHo pensó que parecía más envalentonada que nunca, y siendo ella era decir demasiado, así que él tampoco se atrevió a sentirse dudoso o extrañado.
—¡Vamos, adentro los tres!—murmuró apremiante y emocionada.
Con su madre abriéndoles la marcha y cargando la única –y bastante ligera- maleta, los tres niños se pusieron en fila india como obedientes patitos. DongHo podía ver con cada paso que daba como la expresión del hombre se tornaba cada vez más preocupada, mientras que sus brazos rodeaban más fuerte al pequeño cuerpo entre ellos. El bebé hizo una mueca, pero no hizo ruido ni lloró, algo raro en los bebés que siempre de los siempres encontraban motivos para llorar. Tan solo hizo un puchero de labios salidos y frunció su naricilla de ratón.
—¡Hola!—saludó su madre con vehemencia y anhelo a partes iguales, casi parecía una de esas mujeres enamoradas que pasaban en los dramas, y DongHo tal vez lo hubiese creído si ella lo estuviese mirando a él y no la amplitud de la casa desde su privilegiada posición.
—Er, hola… A todos, hola—balbució el hombre dando un paso atrás.
DongHo no se sintió ofendido cuando en lugar de invitarlos a pasar, su ahora padre los inspeccionó de arriba abajo como si buscara un comparativo con él, o con el niño en sus brazos que por cierto no era nada parecido a como sus hermanos habían sido de bebés. Su piel era tan clara como la de un fantasma y sus ojos grandes y expresivos, su cuerpo redondito cubierto por un suéter amarillo que se veía bastante abrigador, su cabello era negro como la noche y sus labios eran lo más extraño que DongHo hubiese visto, rojos y con forma de un pequeño corazón. No era nada parecido a ellos tres, que tenían la piel broncínea y los ojos más alargados y menos abiertos, sus labios eran delgados y los tres eran bastante altos para su edad, en realidad se parecían bastante a su madre, que también era muy alta y delgada.
El bebé por su parte no pareció asustado con su presencia, y tampoco bajó la mirada cuando Jung MaRi puso los ojos en él por primera vez.
Su madre era bastante tonta para competir en un duelo de miradas con un mocoso, y para incredulidad de DongHo éste último no se rindió, aunque tampoco tuvo gran interés en ella, porque casi en seguido un bostezo salió de sus labios y encontró más interesante jalar el bigote de su padre que continuar peleando con la mujer, a la que sin embargo pareció haber despreciado descaradamente.
DongHo apreció que no fuera un nene chillón, pero seguro que era uno de esos odiosos berrinchudos y caprichosos como los que iban al parque a jugar y a los que ellos tres siempre terminaban espantando.
No pensó que muchos años después recordaría ese día y se reiría por lo equivocado que estaba.
Rexie- Lector
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